El autor analiza, a través de un estudio de campo, el éxito de la literatura “chatarra” o “menor” entre los estudiantes, en contraste con el odio que generan los textos obligatorios dispuestos por las autoridades escolares. En un interesante análisis, pone de manifiesto las discrepancias entre los temas de interés y el lenguaje para los jóvenes lectores, y los de textos prescritos por los docentes. Cuestiona las críticas hechas a la literatura menor para evaluar su pertinencia. Esta literatura “mediocre” consigue sin esfuerzo aquello que para los profesores de literatura es un sueño: que los jóvenes lean.