SALUDOS LEJANOS “Y no hallé cosa en qué poner los ojos que no fuera recuerdo de la muerte” F. de Q. Las tardes, algunas tardes, algunas mañanas de un viajero. Y las visitas en los viajes a los cementerios donde reposan los restos de algunos de los artistas más queridos de ése viajero. El estado del clima de ésas tardes, de ésas mañanas. Un viaje por las devociones de un ávido lector, de un atento oidor de música. Visitas en diferentes ciudades de Francia, de México, en Praga, en Roma, en Bogotá. Un manojo de crónicas, de evocaciones de ésas visitas. Eso es éste pequeño volumen que el lector se dispone a leer. Sobre todas ésas crónicas cae una asordinada nostalgia, una tenue “y letal melancolía”. Sólo en unas pocas de ésas visitas el autor ha concurrido en compañía de unos escasos amigos. De resto son las visitas de un hombre silencioso y solitario. Y ése tono se percibe en el aire de las palabras que evocan esas peregrinaciones: una desolada desolación. Se me antoja que en ellas brilla – de alguna manera – algo del espíritu de un libro encantador de Octavio Paz: Puertas al campo. Y en ellas su autor, el poeta mexicano Marco Antonio Campos, echa mano – tal como lo hiciera el alumno de San Ildefonso – de pequeños detalles, de mínimas casualidades. De las parvadas de pájaros que cruzan el aire unas veces mustio y pesaroso, otras una sola ave errante en las ondas resplandecientes y enceguecedoras del mar. En ésas lápidas están “las dos abstractas fechas”, rescatadas del olvido por éste anónimo visitante que dedica el inicio de una tarde a visitar El Cementerio marino de Paul Valéry, tan diferente al dibujo que se ha trazado él en su recuerdo: es una ladera más o menos desértica, con poca sombra y pocos árboles, hecho a tramos, arrebatado a la pendiente que desemboca en el mar. En otro aparte visitamos la tumba de César Vallejo, en el Cementerio de Montparnasse, compartiendo esa parcela de muerte con Baudelaire – cuya tumba visité con dos amigos una tarde en mi lejana juventud, para comprobar que hasta en el más allá, su padrastro ejercía su dominio sobre el turbulento poeta, al figurar únicamente como ‘son beau fils’ en el panteón del General Aupick – allí el peruano descansa de todas sus penurias, también junto a un personaje a quien detestó en vida: su suegra. Al parecer Georgette, su esposa, no se percató del suplicio que hubiera sido para el poeta haberlo sospechado siquiera. También visitamos a Amadeo Modigliani en el cementerio de Pére Lachaise. Todo, todo son recuerdos tristes y sombríos. Ninguna alegría, nada de los colores vivos de sus obras en esas horas terribles del joven pintor y de su esposa embarazada y suicida. Con la misma voz serena y doliente de sus poemas, Campos nos lleva al Cementerio Judío de Praga, donde está Kafka. Un triste cielo gris y hojas muertas barridas por el viento se acumulan en la lápida vertical del Señor K. Tal vez alguna remota semejanza con la tumba del poeta Georg Trakl, soldado de varias batallas, así como de la poesía. Los hermanos Vicente y Theo Van Gogh juntos, lejos de los helados campos de Holanda, tal vez con menos frío, descansan en el cementerio de Auvers- sur- Oise. Y la presunta tumba de Mozart, siempre sin tener certeza de dónde resuenan los ecos del Requiem, ni si Saglieri escucha con recelo. Y lejos, en Roma, también un tenue ruiseñor hace vibrar su garganta para acompañar, por toda la eternidad, al joven Keats Todos hemos realizado esas visitas que no siempre son luctuosas, sino más bien íntimas lealtades con nuestros entrañables y admirados artistas. También nuestro poeta mexicano deja su nota de visita a José Asunción Silva en el Cementerio Central de Bogotá, donde mora en compañía de su hermana Elvira. Alguna nota de piano parece oírse a través de la piedra dura del mausoleo de la familia Silva, como anunciando la sombra larga que avanza y que a todos los mortales nos aguarda. Bellos saludos desde el ahora los que envía Marco Antonio Campos, a esos lejanos amigos ya confundidos con el polvo. Fernando Herrera Gómez (Bogotá, abril 21 de 2.023)