Montaigne no nos ofrece un decálogo a seguir por un sujeto solitario en el ejercicio autárquico de su razón. Por el contrario, consciente de que la incertidumbre nunca podrá ser despejada, centra su reflexión en el ejercicio de la conversación asumiendo la relación y el comercio con el otro como elementos constitutivos de su propia identidad.