Entre globalización e identidades, el Estado-nación sufre los embates de la historia. Se integra a la globalización para maximizar su acceso a la riqueza y el poder, formando redes transnacionales, y al hacerlo incrementa la distancia entre el Estado y la nación, entre el imperativo global y la representación local. Es desde allí que surge un anhelo y una política que trata de recuperar desde las raíces de los pueblos el control de la nación frente a la huida de sus élites en pos de la membresía del club de los amos del mundo. En esa tesitura, las instituciones de la democracia liberal, constantemente subvertidas en el siglo XX por golpes militares apoyados por Estados Unidos, acabaron siendo la regla en América Latina, con la excepción posible de Cuba y la diversidad de opiniones sobre otros regímenes, como Venezuela, Nicaragua, Guatemala u Honduras. En el cambio de milenio, América Latina parecía haber llegado a una cierta estabilidad democrática tras siglos de sangre, sudor y lágrimas para alcanzar este punto. Y sin embargo, la crisis de legitimidad política y la corrupción del Estado destruyeron el vínculo de confi anza mínima entre gobernantes y gobernados, fragmentando la sociedad y poniendo en cuestión tanto los liderazgos neopopulistas como las engañosas fachadas de las democracias electorales. El cómo y por qué de dichos procesos son objeto de la investigación presentada en este libro.