Era imposible calcular con exactitud, pero habría unos dos o más centenares de guerreros por cada soldado español. “¡Por mil diablos!” exclamó Hernando de Soto. Si el grueso del ejército está en el Cusco, ¿entonces qué es esto? “¡Tened calma!” dijo Francisco Pizarro. El capitán sabía que la suerte estaba echada.