Un país que vive de deshacerse rápidamente de sus recursos no renovables y el heredero que gasta de manera apresurada su fortuna, tienen en común que ninguno de los dos tiene futuro. Sin una base económica sólida no hay sociedad. Ni siquiera puede haber revolución, pues no hay riqueza que repartir. Y en el mundo interdependiente actual, la base económica sólida solo puede surgir de un gran aparato “productivo” real y no de una “concesión” extractiva. Pero ninguna productividad real hacia el mundo, ya sea industrial, agraria o de servicios, resiste el ataque contra su competitividad que genera la presión cambiaria, inevitable cuando se da una extracción desaforada de los recursos mineroenergéticos (“enfermedad holandesa”). Las protestas en el campo, la desindustrialización y las cifras de “subempleo” en Colombia ya son la prueba. Resulta urgente encontrar un producto o servicio que al ser acogido por el gigante mercado global permita el surgimiento de un aparato productivo capaz de sostener a una sociedad compuesta por cincuenta millones de colombianos. Tener futuro depende de que encontremos una estrategia de re inserción en los mercados globales, no solo como compradores, sino como oferentes de valor creado por nuestras gentes. El café en su momento hizo viable a una Colombia de cerca de diez millones. La manufactura está sacando del hambre a China, un país cuyos habitantes se cuentan por miles de millones. ¿Cuál sería entonces nuestra oferta triunfadora para el mundo global de hoy ¿Cuál la propuesta competitiva que permitiría un “desarrollo” de verdad, no solo en cifras y no solo para unos cuantos