Una pequeña semilla de buganvilia viaja hasta encontrar un lugar seguro. Allá crece apoyándose en un pino viejo y meditabundo que ama la exuberancia de la joven enredadera y ella le agradece con el esplendor de sus flores. Con el tiempo ella crece y sube con el pino, con afán de ver qué hay más allá del muro del jardín. Pero en algún momento, el árbol se queda sin aliento. Solo en el último momento la buganvilia alcanza el arte del abrazo correcto.