Los melómanos saben que después de la escucha musical, el supremo placer es hablar de música; placer que nunca sacia por completo. La conversación musical, saber situado a mitad de camino entre la galantería y la metafísica, es un arte que nos devuelve –cuando nos encontramos con alguien como Héctor Vasconcelos– al salón de la Ilustración o a las tertulias románticas, donde el gusto es la única medida de las cosas.