La historia colombiana está, tristemente, contada por huérfanos que buscan respuestas tras el asesinato o desaparición de sus padres. Desde el 22 de abril de 1994, cuando era solo un niño, Beto Coral se ha preguntado por qué su padre, el capitán Humberto Coral Caballero, fue asesinado tras ser uno de los más destacados oficiales que participó en el operativo que dio de baja al capo del Cartel de Medellín, Pablo Escobar, en diciembre de 1993. Este testimonio es un recorrido doloroso por la historia de una familia popular colombiana que nunca obtuvo la verdad de un crimen que, treinta años después, sigue pesando sobre su vida. El capitán Coral fue asesinado a mansalva en una calle del barrio Olivos tras haber departido con dos personas, una mujer y un hombre, en un bar de esa ciudad. A pesar de que había insistido con tenacidad en que los trasladaran de la ciudad, pues por obvias razones su cabeza tenía precio después de la muerte de Escobar, y el nuevo reinado de los Pepes y los paramilitares en el Valle de Aburrá, su voz no fue escuchada. Este es el recuento personal, emocional y vivaz de un hijo que aún no encuentra respuestas suficientes para entender por qué hubo tal desprotección: como en muchas ocasiones, al capitán Coral intentaron enlodarle su reputación para que este, como muchos otros, quedara consignado en nuestra historia como un crimen de la mafia. Ahora, a punto de conmemorar los treinta años de aquella vileza, su hijo ha decidido contar su propia verdad, pasando revista a una historia personal atrapada en la desgracia de nuestra violencia más reciente. El crimen ha prescrito, la verdad, no.