Roald Hoffmann, Premio Nobel de Química en 1981, ha conseguido en esta obra una proeza que a muchos les parecía imposible: fascinar a los profanos con los descubrimientos de una ciencia que ha sido considerada, junto con las matemáticas, como una asignatura tediosamente obligatoria. Hoffmann nos demuestra que la química es una ciencia fundamental que nos descubre todo un universo; más aún: el universo mismo.