Adiós, Ayacucho narra el último día del dirigente campesino Alfonso Cánepa, de su cuerpo carbonizado, mutilado, borrado con la ceniza de su muerte infligida por una guerra sucia que fracturó a un país, entonces y ahora sin alternativas durables, de la que regresa a través de un hueco en el habla, desde el otro lado del lenguaje, desde su vacío referencial para buscar parte de sus huesos y pedir por su entierro. Asimismo, conforme la quiebra representacional que introduce en la narración el alegato post mortem y clarividente de Alfonso Cánepa, Adiós, Ayacucho logra relevar -hoy como cuando se publicó por primera vez- una demanda de justicia y hacernos comparecer -mediante una palabra estremecida, mutua y precaria- en aquel lugar abismado “donde nos paren como un milagro histórico y nos entierran como una tragedia mundial, [que es] un velar sin término, un luto del alma, un panteón con aeropuerto”.
Adiós, Ayacucho narra el último día del dirigente campesino Alfonso Cánepa, de su cuerpo carbonizado, mutilado, borrado con la ceniza de su muerte infligida por una guerra sucia que fracturó a un país, entonces y ahora sin alternativas durables, de la que regresa a través de un hueco en el habla, desde el otro lado del lenguaje, desde su vacío referencial para buscar parte de sus huesos y pedir por su entierro. Asimismo, conforme la quiebra representacional que introduce en la narración el alegato post mortem y clarividente de Alfonso Cánepa, Adiós, Ayacucho logra relevar -hoy como cuando se publicó por primera vez- una demanda de justicia y hacernos comparecer -mediante una palabra estremecida, mutua y precaria- en aquel lugar abismado “donde nos paren como un milagro histórico y nos entierran como una tragedia mundial, [que es] un velar sin término, un luto del alma, un panteón con aeropuerto”.