Tras la aparente cotidianidad del ambiente en que transcurren los cuentos de Guadalupe Dueñas, se oculta siempre una extrañeza que avala el antiguo aserto de que no hay nada más aterrorizador que los objetos que nos son familiares. Basta verlos con otra luz, desde un ángulo distinto para que torne su forma habitual, incluso su belleza, en algo que nos provocará un escalofrío.